Presentado hace apenas 10 años como un "oasis de democracia" en el corazón del Cáucaso, Kirguistán se encuentra al borde de la implosión y de la guerra civil. El seis de abril último, crispados por el alza de precios de la energía y por la corrupción endémica en lo más alto de la cúspide del Estado, los habitantes de la ciudad de Talas, al noroeste del país, bajaban por las calles para expresar su cólera. Ese mismo día, se apoderaban de los principales centros administrativos de la ciudad y tomaban como rehenes al viceprimer ministro y al ministro del interior. Al día siguiente la honda había ganado ya Bishkek, la capital donde 5.000 personas marchaban hacia el palacio presidencial. Al final de una jornada de choques con las fuerzas del orden se contaban 84 muertos y millares de heridos.
Tales llamaradas de violencia son un fenómeno desconocido en un país donde el hecho más significativo hasta entonces había sido la muerte de seis manifestantes en enfrentamientos con la policía en Asky, en 2002. En un primer momento, el presidente Kourmanbek Baskíev se replegó al sur, en su feudo de Djalalabad, para intentar reunir a sus partidarios. La contra-manifestación que organizó en Och, la segunda ciudad del país, no pudo reunir más que unas centenas de personas, abandonó Kirguistán el 15 de abril y actualmente se encuentran Bielorrusia.
Nadie puede predecir si el gobierno interino formado por la antigua ministro de Asuntos Exteriores, Rosa Otunbayeva, llegará a retomar las riendas del Estado y responder a las esperanzas de una población que parece cada día más en la pobreza.
La era Bakíev aparece ahora como un período de retroceso en el proceso de democratización del país. Llegado al poder en 2005, gracias a la «revolución de los tulipanes» que significó la caída del régimen del presidente Askar Akáiev, Bakíev prometió democracia y honestidad. Tan pronto como estuvo instalado en sus funciones, sin embargo, adoptó prácticas represivas y mostró la misma inclinación para el nepotismo que su predecesor. Enseguida se alió con la ley fijada "de la familia", nombrando a sus próximos para puestos claves en los servicios secretos o en las embajadas, y apoderándose de las empresas nacionales.
En Bishkek, incluso la palabra misma «privatización» es fuente de bromas, en adelante sinónimo de anexión de los bienes del Estado para fines personales. La de las sociedades públicas más lucrativas, realizada en beneficio de Maxim Bakíev, hijo del presidente, proporciona uno de los ejemplos más reveladores del sistema llevado a cabo para beneficio de un clan que no retrocede ante ninguna exacción. Los partidos de la oposición y los medias han sufrido también estos últimos meses persecuciones cada vez más fuertes por parte de las autoridades.
Todo se realizó, especialmente, para impedir la difusión de informaciones llegadas desde Italia relacionando el arresto de un socio de Maxim Bakíev, Eugen Guveritch, por colusión con la Mafia y por desvío de fondos. Eugen Guveritch habría estafado a varias sociedades de telecomunicaciones italianas por un montante de 2 mil millones €.
Los métodos empleados por la familia Bakíev para hacer ocultar las críticas en este y en otros asuntos, no hace más que recordar los métodos de los clanes mafiosos. En 2006, el dirigente de la oposición kirguiza, Omurbek Tekebayev, fue arrestado en el aeropuerto de Varsovia; se encontró heroína en su equipaje. No pasó mucho tiempo para descubrir que se trataba de un montaje de los servicios secretos kirguizos, entonces dirigidos por Zhanibek Bakíev, hermano del presidente. En diciembre del 2009, el periodista Guennadi Pavliuk se cayó de lo alto de un edificio de Alma Atá, en Kazajastán. La oposición siempre tuvo fuertes sospechas de los servicios secretos.
Las bases americanas y rusas
El empeoramiento de las dificultades sociales constituye otro factor detonante de la caída del régimen. Los dividendos obtenidos por la explotación de las minas de oro de Kumtor, principal fuente de beneficios de exportación del país, decaen, mientras que la cuota de la renta proveniente de los expatriados que viven en Rusia (una tercera parte de las fuerzas vivas del país) se reduce considerablemente desde la crisis económica y financiera desde septiembre de 2008. Según las cifras del Banco Mundial, la deuda exterior kirguiza se elevaría a 2,2 mil millones €, es decir, el 48% del Producto Interior Bruto; el 40% de la población viviría actualmente bajo el umbral de pobreza y el salario mensual medio no sobrepasaría los 50 €. Edil Baysalov, uno de los portavoces del gobierno provisional, ha anunciado recientemente el fracaso del país, las cajas del Estado no poseen más que 986 millones de soms, es decir, 16 millones €.
La mayor parte de los observadores han percibido estos acontecimientos como el resultado de una lucha de influencia entre Washington y Moscú. Kirguistán es, en efecto, el único país en hacer coexistir en su territorio bases militares americanas y rusas. Aunque el papel prestado al Kremlin parece exagerado, el reconocimiento inmediato del gobierno interino indica cuánto parece satisfacer a Moscú la salida del presidente Bakíev. Las relaciones se habían degradado después de la firma, en febrero de 2009, de un acuerdo de ayuda económica de 2,1 mil millones $ (1,6 y millones de euros) en favor de Kirguistán. Con motivo de esta visita, el presidente Bakíev había anunciado el cierre inminente de las instalaciones americanas. Lo que no le había impedido, después de haber recibido un cuarta parte de la suma prometida, firmar con Washington un nuevo acuerdo el que se preveía el mantenimiento de la base… Este desaire llevó a Moscú a suspender su ayuda.
Si el Kremlin se alegra del «cambio de régimen» ocurrido en Bishkek, Washington parece más molesto. La base aérea de Manas es, en efecto, un elemento clave de la estrategia de los Estados Unidos y de Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Afganistán. Además de la apuesta política que representa su mantenimiento, se encuentra, de la misma forma, en el centro de un asunto de corrupción. Con el propósito de conservar sus posiciones en la región, el Pentágono habría firmado acuerdos con la «familia», como los que se habían hecho en tiempos del presidente Akaiev, pero, esta vez, reservando los contratos más lucrativos a Maxim Bakiev.
Los beneficios mayores habría sido realizados con la reventa a Estados Unidos, y a precios de mercado del fuel oil doméstico comprado en Rusia a una tarifa preferencial. El primero de abril, Moscú exigió a Kirguistán que satisfaciera las tasas por la venta de energía, justificando este cambio de opinión por la imposición de las nuevas reglamentaciones aduaneras sobre fuel oil reexportado a terceros países. El gobierno interino pidió una investigación por los escándalos del fuel oil de Manas. Tratando con el clan Bakíev para preservar sus posiciones en la región, Washington escogió cerrar los ojos a las promesas no realizadas de democratización, así como a las cuestiones de transparencia.
Fue reuniéndose con la oposición, en la primavera de 2005, después de que el presidente Akaiev, le hubiera denegado el derecho a concurrir por un mandato electivo, que Otuumbayeva apareció por primera vez como una pieza clave en el tablero político regional. Educada en las mejores escuelas del antiguo bloque del Este, hizo carrera dentro del Ministerio soviético de Asuntos Exteriores antes de ser nombrada ministra de Asuntos Exteriores de la joven república kirguiza después de la caída de la Unión Soviética. En 2004, estaba en Georgia como representante especial de Naciones Unidas durante la «revolución de las rosas» y, el 24 de marzo de 2005, el día de la caída del régimen de Akaiev, se manifestaba al lado de Bakíev.
Sin embargo, apenas un año después de la «revolución de los tulipanes», expresaba su insatisfacción ante un patio de butacas de jóvenes militantes venidos de todo el país: "Nada ha cambiado, el régimen de Akáiev está muy vivo.«Y deplorar:»Somos un país en eterna transición. Los ciudadanos no ven diferencias entre el poder y la oposición.«Siempre se mostraba determinada y llena de esperanza.»Hay mucho que hacer para alcanzar el campo de la democracia. Ha llegado el momento de crear partidos políticos.«Con este propósito, Otumbayeva no disimulaba su impaciencia de cara a los países occidentales y, en particular, frente a la indiferencia de Europa.»Lo único que hacen, es otorgar micro-créditos, mientras que tenemos una necesidad tan grande de construir un sistema político multipartidista."
Los acontecimientos de abril revelan, una vez más, la fragilidad del Estado kirkguizo. En 2005, manifestaciones que no habían juntado más de 10.000 a 15.000 personas habían sido suficiente para hacer caer el gobierno en una jornada. El presidente Akáiev, que tenía una reputación de autócrata iluminado, no había creído útil dotarse de un arsenal represivo. Las fuerzas del orden de Bakíev no han dudado en abrir fuego sobre la multitud. El régimen también ha caído por ello. El gran número de víctimas no auguran nada nuevo y testimonia el alto nivel de tensión reinante en un país que se jactaba, hace poco, de ser la Suiza del Asia central.
Formar un gobierno y estabilizar la situación no será cosa fácil en un entorno político donde los partidos cuentan tanto jefes como los militantes. Otumbayeva y su equipo en deben regresar a la casilla de partida. Hace falta promulgar una nueva Constitución, crear administraciones eficaces e instalar un Parlamento, incluso aunque el sistema multipartidista no esté aún instaurado. Y todo esto en un contexto económico muy preocupante. La carga de la deuda no cesa de ampliarse y los principales partenaires es de Kirguistán, como Rusia, encuentran grandes dificultades ¿Puede un reformador, por puro voluntarismo y en plena recesión económica, tener éxito en la transición democrática de un Estado que no posee ni las instituciones ni la cultura?.
El temor de una escisión regional es igualmente grande. Una inmensa barrera montañosa, con dos cumbres de más de 3.000 m de altitud, separa los principales polos urbanos, Bishkek al norte y Och al sur. Nacida en las ciudades del Sur, la «revolución de los tulipanes» había hecho caer al presidente Akáiev, originario del Norte. Los acontecimientos ocurridos recientemente en las aglomeraciones del Norte acaban de dar cuenta del régimen de Bakíev, originario del Sur. La demarcación Norte-Sur es una realidad tanto política como geográfica.
Sin embargo, el mosaico de componentes regionales, de clanes o étnicos que constituye la nación parece demasiado parcelada como para permitir la creación de bloques políticos reales, como por ejemplo en Ucrania con motivo de la «revolución naranja».
Con el fondo de la crisis económica mundial y del fracaso de las políticas liberales de la era post soviética, los acontecimientos de Kirguizistan marcan, a la fuerza, el regreso de preocupaciones de índole social en las repúblicas de Asia central. En 1992, cuando los dirigentes de la nueva Federación de Rusia emprendieron su giro liberal, redujeron las subvenciones públicas y emprendieron privatizaciones masivas, temían una violenta reacción popular. Sin embargo, la liberalización de precios y su impacto desastroso en las condiciones de vida de la población no dieron lugar a ningún levantamiento.
Las principales crisis que han sacudido la región en el curso de los dos últimos decenios han tenido por objeto reivindicaciones políticas o étnicas, estando a menudo motivadas por manipulaciones electorales o por hechos de corrupción. En Talas y en Bishkek, ha sido el alza de precios de la energía lo que ha lanzado la población a las calles. La nueva la revolución Kirguiza muy bien podría entrar en la historia como el primer movimiento social de la era post soviética.
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