Si Vladímir Putin ha sido reelegido presidente de Rusia el 4 de marzo último, con el 63,6% de los votos, la situación política difiere sensiblemente de la que podía esperar durante el anuncio de su candidatura en septiembre de 2011. Su legitimidad se ha debilitado y, hasta en sus propias filas, muchos dudan de que pueda aportar soluciones a los problemas a los que se enfrenta su país.
Al acercarse las elecciones rusas en marzo de 2012, han comenzado las grandes maniobras políticas en el Kremlin. Agonizante a principios de los 90, desde hace un decenio Rusia ha llevado a cabo una espectacular recuperación económica y diplomática en un contexto de autoritarismo y corrupción. A la hora del balance, se enfrentan dos visiones de la transición postsoviética.
¿Los rusos contra Putin? ¿Una revolución blanca (o naranja)? ¿Una primavera rusa, a imagen de la primavera árabe, contra un sistema bloqueado, es decir, la dictadura putiniana? ¿La inminencia temible del retorno de la URSS? Como cada vez que se trata de este país, las tendencias a la exageración y a la caricatura aparecen de manera irreprimible. Los frecuentes errores de pronóstico de los medios de comunicación, sin embargo, deberían incitar a la humildad.