Finalizó la época en la que el ejército estaba en el corazón del sistema industrial. Abandonado hace tiempo, debe contentarse con tecnologías envejecidas mientras que los nuevos fabricantes de equipamiento militar compiten con las exportaciones rusas. El presidente Dmitri Medvédev lanzó un amplio plan de inversión.
La victoria lograda en la guerra-relámpago contra Georgia, en agosto de 2008, no impidió a Moscú iniciar una remodelación completa de sus ejércitos. “Los dirigentes rusos han dado prueba de una gran sensatez”, considera el experto militar Alexandr Golts. “Es raro ver a un gobierno emprender reformas después de haber ganado una guerra. Pero, en este caso, a pesar de los diez años de fastos durante los que los comandantes militares se beneficiaron de muy importantes recursos, la crisis de 2008 mostró que Rusia disponía de un ejército envejecido incapaz de manejar armas modernas. Esta constatación es la que ha forzado al ministro de Defensa, Anatoli Serdiúkov, a anunciar la reforma más radical jamás realizada desde hace ciento cincuenta años [tras la guerra de Crimea 1853-1856]”.
Ya, durante los años 90, las dos guerras chechenas revelaron la fragilidad del ejército. El conflicto con Georgia, a pesar de la evidente salida sólo 48 horas después del inicio de las hostilidades y del alto el fuego firmado en las condiciones impuestas por Moscú a la finalización de los cinco días de combates, aceleró la toma de conciencia, tanto en el seno de los estados mayores como en las élites políticas. El episodio mostró hasta qué punto el mando y el control del ejército, así como sus sistemas de reconocimiento y comunicación, estaban obsoletos. Georgia no tenía aviones de caza y, sin embargo, Rusia reconoció haber perdido cuatro de sus aviones (tres cazas de combate Sujói de la clase Su-25 y un bombardero de largo alcance Tupolev [Tu-22] utilizado para misiones de reconocimiento), deribados bajo el fuego tierra-aire georgiano. Tbilisi, por su lado, sigue afirmando haber derribado 21 aparatos [1]. Mientras que la superioridad numérica y material de Rusia no deja lugar a dudas, el ejército georgiano, que dispone de carros de asalto T-72 remozados en la República Checa, de drones de fabricación israelí y de sistemas de comunicación modernos, ha hecho demostración de su superioridad tecnológica.
La puesta en práctica de una nueva reforma y los esfuerzos presupuestarios concedidos para modernizar los equipamientos dan testimonio del impacto experimentado por Moscú en el tema georgiano [2]. En diciembre de 2010, el presidente Dmitri Medvédev anunció el desbloqueo de 22 billones de rublos (540 mil millones de euros) de aquí al 2020, es decir, el 2,8% del producto interior bruto (PIB) al año, según el plan de modernización de los ejércitos decidido el mismo año. Tal nivel de inversión pública no tiene precedentes desde el fin de la guerra fría. [3]
La edad media de los técnicos es de 58 años
Durante 15 años, el ejército ruso no adquirió nuevos materiales: el ejército del aire, por ejemplo, no recibió ningún aparato hasta 2003, y después no ha sido dotado más que con algunos aviones suplementarios. Dmitri Medvédev lo reconoce él mismo: sólo el 15% del arsenal militar en servicio, puede ser calificado de “obra maestra de la tecnología” [4]. Las recientes medidas aspiran a permitir a las fuerzas armadas superar su atraso, renovando, de aquí a 2015, el 30% de sus equipos con material que responda a los criterios actuales de modernidad.
La Rusia postsoviética no ha conseguido ni desarrollar ni producir nuevos armamentos.
Pero no es seguro que el gobierno esté en condiciones de alcanzar estos objetivos. Durante la época soviética, la defensa estaba en el corazón de la economía. Aunque sea muy difícil establecer una estimación, se puede decir que el esfuerzo militar absorbía entonces, según los periodos, entre el 20% y… el 40% del PIB [5]. Después de la desintegración de la URSS, fueron los clientes extranjeros quienes decidieron la prosperidad o la ruina de una u otra actividad, puesto que el sector no sobrevivía más que gracias a las exportaciones. La Rusia postsoviética no ha conseguido ni desarrollar ni producir nuevos armamentos.
Los materiales actuales han sido puestos a punto y fabricados bajo el régimen comunista, con dos excepciones, más o menos. En primer lugar, el caza de combate Sujói T-50, que se supone hace la competencia al F-22 Raptor de la Lockheed-Martin, actualmente en servicio en el ejército americano y al día de hoy sin rival en el aire. Probado a principios de 2010, su prototipo ya interesó a los ejércitos indio y vietnamita, aunque los expertos consideran que sus características en vuelo y su motor hacen de él más un aparato de cuarta generación avanzada que de quinta generación. Otro prodigio de la tecnología punta rusa, el misil intercontinental Bulava, ha conocido dificultades técnicas. “Cada una de las pruebas de lanzamiento se saldaron con fracasos debido a uno u otro de sus componentes”, observa Golts. Esto tendería, según él, “a la ruptura de la cadena de producción industrial que pone al sector en la incapacidad de fabricar en serie”. Desde la caída de la URSS, miles de científicos han, en efecto, abandonado el país; las contrataciones se han quedado en punto muerto. Y, más importante todavía, el conjunto del complejo militar-industrial, apartado de todo esfuerzo de modernización, se está desintegrando progresivamente… En el interior de la industria de defensa, esto se traduce en una dificultad por asegurar la renovación generacional: la edad media de los técnicos del sector es de 58 años.
Desde la caída de la URSS, miles de científicos han abandonado el país.
En tal contexto, parece poco probable que Rusia encuentre el nivel de producción que conoció antaño. En marzo de 2006, como consecuencia de una visita a Argelia de Vladimir Putin, los dos países firmaron un contrato de 8.000 millones de dólares en cuyas condiciones Moscú se comprometía a suministrar al ejército argelino diversos materiales, entre ellos, 35 cazas Mig-29. En 2008, Argel devolvía 15 de los aparatos recibidos en el transcurso de los dos años precedentes considerando que eran “de inferior calidad”. Los Mig rusos presentaban dos problemas: su sistema electrónico no se correspondía a la descripción que constaba en contrato y, por otra parte, algunas piezas provenían, probablemente, de viejos stocks que databan de la época soviética. Moscú no se opuso a la repatriación de estos aviones que inmediatamente fueron destinados… a sus propias fuerzas armadas.
La interminable saga del portaaviones Admiral-Gorshkov representa otro feo. A falta de medios, este navío, puesto en acción en la época soviética bajo el nombre de Bakú y más tarde rebautizado en homenaje al almirante Serguéi Gorshkov (1910-1988), héroe de la Unión Soviética, había sido dado de baja antes de ser propuesta su venta en 1996. En 2004, India se ofreció como compradora por 950 millones dólares (en torno a 700 millones de euros) y, a su vez, lo rebautizó INS Vikramaditya, del nombre de un rey de leyenda, Varios cambios contractuales se proveyeron entonces. Estaba la cuestión de suprimir los misiles de crucero para tener acceso a una importante flota aérea. Después de numerosos contratiempos y de múltiples enmiendas al contrato, el proyecto costará tres veces el precio convenido inicialmente y la liquidación, que habría debido tener lugar en 2008, ha sido pospuesta a 2012. En India, país que siempre es el primer comprador de armamento ruso, el “affaire Gorshkov” ha provocado mucho ruido. Las autoridades han debido soportar fuertes críticas, lo que podría incitar a dirigirse a nuevos fabricantes de materiales modernos. [6]
De momento, las exportaciones están en constante aumento: de 2.500 millones de euros en 2001 a 5.400 millones en 2009 y 6.800 millones en 2010. Pero Rusia podría perder la posición dominante que reivindica en el mercado mundial de armas. Así, China, que fue el primer cliente ruso en los años 90, desarrolla sus propios aviones de combate de cuarta generación, los J-10 y fabrica también carros de asalto Type-99. Se encuentra entre los más grandes importadores de armamento ruso, pero detrás de India y de Argelia. [7] Al principio de 2011, sólo a algunos días de la visita del Secretario de Estado americano, Robert Gates, Pekín desvelaba su prototipo de avión de caza de quinta generación. Si las necesidades de sus fuerzas armadas absorben todavía la totalidad de la producción de las fábricas chinas de armamento, los expertos estiman que China podría imponerse como un competidor temible para los exportadores rusos.
La firma, en enero de 2011, de un acuerdo entre Francia y la marina rusa para la compra de dos navíos de guerra de la clase Mistral —de ejecución francesa— es representativa de otra tendencia. El asunto ha suscitado controversias en Rusia donde se han alzado numerosas voces para reclamar que el contrato de 1.900 millones de dólares (1.400 millones de euros) sea confiado a uno de los numerosos astilleros en desuso del país. Un Mistral puede embarcar a bordo hasta 700 soldados, 60 vehículos de transporte de tropas y 16 helicópteros. Es también un arma de ataque potencial en tierra, en un escenario similar al del conflicto georgiano. Este caso ilustrativo no es el primero. En 2009, el ejército ruso firmó un contrato con la sociedad israelí Israel Aerospace Industries (IAI) para la importación de 12 drones. En 2010 se firmó un nuevo contrato que autorizaba a la fabricación, en suelo ruso, de drones de tecnología israelí. [8]
Para Ruslan Pujov, director del Centro de Análisis de Estrategias y Tecnologías (CAST) de Moscú, no es sorprendente el ver a Rusia comprar material militar: “La Unión Soviética fue una excepción”, afirma, llamando la atención a la autosuficiencia de un complejo militar-industrial capaz de proveer a la totalidad de las necesidades del ejército rojo. “Incluso los EE UU que, sin embargo, se benefician de un presupuesto de defensa equivalente a la mitad de los gastos de defensa del mundo, compran armas en el extranjero. Abasteciéndose en otra parte, el gobierno ruso mantiene la presión sobre la industria de defensa nacional, a fin de incitarla a una mayor competitividad, tanto sobre la calidad como sobre los precios y los plazos de entrega”.
En el futuro, y sobre todo si las negociaciones en curso para una remilitarización masiva tienen éxito, el ministerio de Defensa se dirigirá, de forma cada vez más frecuente, hacia proveedores extranjeros, aunque Serdiúkov no excluye la compra de tecnologías de defensa nacional. Por su parte, aunque el esquema sea un poco diferente, el ejército americano se abastece cada vez más de armas rusas —kalashnikovs, helicópteros de transporte—, dando el Pentágono preferencia a las tecnologías básicas, poco costosas y de fácil mantenimiento, para equipar con ello a los nuevos aliados, en otro tiempo dotados de armas soviéticas.
Es el caso de los 59 helicópteros de transporte de tropas Mi-17 que desea adquirir por un montante global de 800 millones de dólares (cerca de 600 millones de euros) para abastecer a Afganistán, Irak y Pakistán. [9]
Un sentimiento de malestar en el interior del ejército
Del lado de la industria civil se observan los mismos signos de recesión. Desde hace algunos años, Moscú intenta relanzar el sistema de navegación por satélite Glonass, puesto en marcha, igualmente, durante la época soviética. Destinado a rivalizar con el americano Global Positioning System (GPS) y el europeo Galileo, este proyecto fue abandonado en los años 90, bajo la presidencia de Boris Yeltsin. En 2002, las autoridades decidían su reanudación y anunciaban la puesta en órbita de 24 nuevos satélites para perfeccionar el sistema con el horizonte de 2011. Durante un lanzamiento en 2010, un accidente destruyó tres satélites y causó pérdidas valoradas en 348 millones de euros. Hoy, las prestaciones del sistema Glonass son inferiores a las de sus competidores, tanto desde el punto de vista de su precisión como el de su cobertura territorial, lo que pone en tela de juicio la integridad del programa [10]. En cuanto a la aviación civil, compra preferentemente cargueros de fabricación de Airbus o Boeing, mientras que el futuro comercial del SuperJet-100, el avión de transporte de pasajeros desarrollado por Sujói, permanece muy incierto.
El sistema de navegación por satélite Glonass, fue abandonado en los años 90, bajo la presidencia de Boris Yeltsin.
Desde hace 20 años, las reformas militares aparecen como una constante en la vida política rusa [11]. En los años 90, el término reforma, que principalmente constataba un eufemismo, era referido con asiduidad para evitar evocar el formidable desmoronamiento de las fuerzas armadas. La llegada de Putin coincidió con el inicio de una nueva guerra en Chechenia. El ejército se había favorecido de presupuestos suplementarios y, a pesar de la violencia perpetrada y de las innumerables víctimas humanas —civiles y militares—, llegó a recuperar algo de su prestigio. El presidente Putin supo utilizar entonces esta aura simbólica para proyectar la imagen de una Rusia de nuevo poderosa. En aquella época, volvió la afición al tradicional día de las paradas militares en la plaza Roja, para la conmemoración de la victoria del 9 de mayo de 1945; con ocasión del desfile de 2007, se recuperaron las demostraciones en vuelos de los bombarderos Tupolev.
Por eso, asegura Fiodor Lukianov, redactor jefe de la prestigiosa revista Russia in Global Affairs, “Rusia no tiene más veleidades imperiales. Putin tiende a hacer pasar la Segunda Guerra Mundial por la Guerra de Rusia, escondiendo la participación de otros países. La victoria de la ‘Gran Guerra Patria’ —como así se la llama aquí— fue un factor de unificación para todos los ciudadanos soviéticos. Putin trabaja por restablecer en Rusia el rango de gran potencia, no para reconstruir el imperio”.
La serie de reformas lanzadas en 2008 y la colosal inversión en tecnología punta militar deberían dar su fruto después de 2020. ¿Cuál será entonces el rostro de la defensa rusa? Según el periodista Andréi Soldátov, “esta política no debe nada a la guerra ruso-georgiana. Es de mucho antes”. Sin embargo, del lado del ejército, es percibida como una sanción. Prevalece un sentimiento de malestar. A lo largo de los dos últimos años, varias unidades de fuerzas especiales (Spetsnaz) que tomaron parte en el conflicto y contribuido a la victoria, han sido desmanteladas; el servicio militar obligatorio ha sido abolido y 100.000 oficiales han sido relevados de sus funciones. Todo esto ha terminado por provocar movimientos de contestación en las filas del ejército habitualmente más pasivas y apolíticas. El objetivo oficial es el de pasar de unos efectivos de 1.200.000 soldados a 1.000.000. Pero, en realidad, los efectivos son ya inferiores, ya que están próximos a los 750.000 hombres.
Tras sus discursos intransigentes y la retórica de fachada, el Kremlin parece obligado a ceder cada vez más a las exigencias de los EE UU.
Tras la firma con Francia del contrato relativo a los navíos Mistral, sólo los tres Estados bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) y Georgia se manifestaron para mostrar su desaprobación. Mientras que éstos patrullaban en las aguas del mar Báltico y en el mar Negro, ni Polonia ni Turquía lanzaron la menor crítica, claro está: en el estado actual de cosas, Rusia no está en disposición de amenazar militarmente a estas dos potencias medias; es únicamente en su envejecido arsenal nuclear que debe el mantenimiento de su condición entre las grandes potencias. Tras sus discursos intransigentes y la retórica de fachada, el Kremlin parece obligado a ceder cada vez más a las exigencias de los EE UU. Así, a pesar de la oposición de Rusia a la instalación de bases militares americanas en Asia central, el apoyo logístico a las tropas americanas en Afganistán circula por la red ferroviaria rusa. De la misma forma, en septiembre de 2010, ante la presión de los EE UU e Israel, Moscú tuvo que anular un contrato de venta de misiles antiaéreos S-300 a Irán.
¿Cómo ha podido ocurrir tal desintegración? Oficial del ejército rojo y después del ejército ruso, Alexandr Perendijíev, atribuye la situación actual a la corrupción endémica: “Nuestros gobernantes consideran que el dinero es suficiente para resolver los problemas”, comenta. “Sin embargo, para poner un poco de orden e intentar cortar el fenómeno es precisamente por lo que Serdiúkov, jefe de inspección de finanzas con anterioridad, fue nombrado ministro de Defensa. Pero el sistema no podrá cambiar si no se ejerce un control público real”. A pesar de las declaraciones voluntaristas del presidente Medvédev, se puede dudar de que salga a la luz una reforma tan radical. Desde la perestroika [12] y durante las fases de conversión que le han seguido, el complejo militar-industrial ha padecido una falta de planificación y una ausencia de visión política en cuanto al papel que habría de desempeñar en la nueva economía.
Treinta dos centros científicos mal financiados
Mientras que los círculos de poder debaten una vez más la modernización del país, todos se esfuerzan por evitar la palabra reforma, que refleja un poco el traumatismo vivido tras el derrumbe del bloque del Este y, ante esto, los esfuerzos de Mijail Gorbachov para hacer evolucionar el sistema soviético. Las reformas no están, pues, en el orden del día, lo que no impide reconocer a Medvédev y sus colaboradores que el país es, quizá, demasiado dependiente de las exportaciones de petróleo y gas y que sus estructuras económicas se han vuelto obsoletas. Los minerales constituyen hoy el 70% de las exportaciones, contra el 5% de los productos industriales. [13] Si debiera limitarse a luchar contra la corrupción en la burocracia y a trasmitir una cierta dosis de desarrollo técnico y tecnológico a la economía, el plan de modernización de Medvédev enseguida parecería a los ojos de los observadores insuficiente, incluso superficial.
Mientras Medvédev propone invertir alrededor de 1.500 millones de euros en la creación de un Silicon Valley a la rusa, hay 32 centros científicos en el país que carecen desesperadamente de financiación.
¿Se puede establecer una relación entre el actual debate sobre la modernización y las astronómicas cantidades ofrecidas para la defensa? No es completamente seguro: Medvédev propone invertir 2.000 millones de dólares (alrededor de 1.500 millones de euros) en la creación de un Silicon Valley a la rusa en Skolkovo, en la región de Moscú, [14] mientras que Oxana Gaman-Golutvina, profesora de ciencias políticas de la universidad de Moscú ha hecho el recuento de 32 centros científicos en el país que carecen desesperadamente de financiación.
Las políticas preconizadas parecen hacer abstracción de las realidades vividas en las infraestructuras científicas heredadas de la era soviética, igual como parecían querer ignorar los supervivientes del antiguo sistema en la industria de defensa. Así, se sorprenden de que las nuevas propuestas no incluyan ningún puente entre el desarrollo de las altas tecnologías y la industria militar. De Gorbachov a Yeltsin, y de Putin a Medvédev, una constante: cada uno a su manera ha subestimado el potencial de la industria de defensa. Lukiánov resume así la situación: “La conversión realizada durante la perestroika consistió en fabricar cacerolas en las fábricas previstas para construir aviones supersónicos. Durante las reformas de Gaidar [Yegor Gaidar, primer ministro de junio a diciembre de 1992] en los años 90, no se sabía qué hacer con el complejo militar-industrial, entonces se le aisló del resto de la economía, dejándole depender de las exportaciones. Ya no formaba parte del sistema económico nacional”.
Un examen atento del complejo militar-industrial ruso desmiente varias leyendas que todavía circulan por Rusia y, en primer lugar, aquella transmitida ampliamente desde 2008 y del conflicto ruso-georgiano, del retorno a la guerra fría. Será capaz de ello, Rusia que no tiene ningún interés en amenazar el mando de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y todavía menos la Alianza misma. Otra idea recogida: la de que Putin se opone a la oligarquía heredada de la presidencia de Yeltsin para crear un régimen apoyado por el antiguo KGB y el estado mayor del ejército. Esta idea es reforzada por el mantenimiento en prisión del oligarca Mijail Jodorkovski, antiguo presidente de la petrolera Yukos, encarcelado desde 2004. Esa no es la opinión de Gaman-Golutvina que considera que, en verdad, “el entorno de Putin ha salido del FSB [sucesor del KGB] y del ejército, pero si esta influencia es muy real es, en primer lugar, en el sector de las exportaciones de energía donde se ejerce”.
Los dirigentes soviéticos y rusos nunca han previsto aplicar las altas tecnologías a la industria de defensa para convertirla en el elemento central de sus reformas y de sus proyectos de modernización. Este sector, bajo el régimen soviético, caracterizado por un funcionamiento opaco que le hacía particularmente resistente a toda forma de cambio, [15] despilfarraba enormes fondos del presupuesto nacional. Los reformadores del periodo de Gorbachov no imaginaban qué evoluciones positivas podrían salir un día del complejo militar-industrial; entonces eligieron actuar contra él en lugar de equiparlo. En adelante, reforma tras reforma, verdaderamente nadie ha sabido sacar partido de los sectores más avanzados de la industria nacional de defensa. No se la ha evaluado por el valor, simplemente, se la ha dejado morir. Medvédev trata de iniciar un plan de modernización, pero temiendo las consecuencias sociales y políticas de estas reformas, por ahora se contenta con alabar el modelo del Silicon Valley americano. Un país dotado de gas, petróleo y otros recursos minerales cuya explotación permite a sus clases dirigentes acumular enormes beneficios, ¿puede arriesgar, sin embargo, el desarrollo de su tecnología punta? [strong].
Vicken Cheterian, octubre de 2011.
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